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Buena parte del éxito ha descansado en la cada vez más generalizada disposición de herramientas tecnológicas que han permitido a las compañías más punteras responder con una rapidez y agilidad que hubieran sido imposibles de otro modo.
En la “nueva normalidad” muchas incertidumbres se van a mantener y es el momento de que el sector aproveche el conocimiento adquirido durante la crisis para consolidar su capacidad de adaptación. Las previsiones de demanda basadas en históricos saltaron con la pandemia y, aunque la tormenta amaine, hemos aprendido que para ofrecer el servicio que la sociedad y nuestros clientes exigen la clave está, y seguirá estando, en la flexibilidad, la capacidad de reacción y la versatilidad de las empresas. Lo que hubo que impulsar durante la crisis del Covid-19 se nos presenta ahora como la forma normal de funcionamiento de una empresa alimentaria de éxito, por lo que el objetivo no es ya volver a la situación anterior sino saber cómo adaptarse a la actual minimizando recursos y esfuerzos.
Tecnologías como los sistemas de gestión de almacén (WMS) o los sistemas de gestión de transporte (TMS), así como las de integración de los diferentes sistemas de los distintos agentes de la cadena, portales de trazabilidad y seguimiento de pedidos han dejado de ser únicamente mejoras para convertirse en recursos imprescindibles para poder sencillamente estar en el mercado y poder responder a sus demandas.
Capacidad de reacción ante una demanda menos previsible pero igualmente exigente en tiempo, flexibilidad de los planes de producción, tiempos muy cortos de respuesta y versatilidad para atender diferentes tipos de productos o servicios, con canales distintos y con volúmenes cambiantes son algunos de los retos que hemos aprendido a sortear con la pandemia pero que han venido para quedarse.
Precisamente es la complejidad de las cadenas de producción y logísticas de un sector como el alimentario lo que constituye una de sus debilidades. El diálogo entre los diferentes agentes y el control de todos los pasos de la cadena, desde el productor hasta el lineal, es uno de los elementos clave para que el sector gane eficiencia, capacidad de respuesta y competitividad, reduciendo errores, papeles y los inevitables retrasos que los acompañan.
En este sentido, la integración de los sistemas es un campo en el que la tecnología tiene mucho que decir y en el que los retornos en forma de eficiencia, de ahorros y de mejora de la propia organización interna de las empresas ya no son sorprendentes sino absolutamente imprescindibles.
Los deberes con los que el sector de la alimentación comienza el nuevo curso se centran precisamente en saber aprovechar lo aprendido en la crisis, acelerar la adaptación e implantar de forma generalizada las tecnologías en una nueva normalidad que tanto para los escolares como para los profesionales de la industria alimentaria va a seguir viniendo cargada de incertidumbres.
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